El Hombre En Busca de Sentido – Segunda Parte
Segunda Fase.- La vida en el Campo.
Las reacciones iniciales cambiaban a los pocos días para pasar a una fase de apatía generalizada que desembocaba en una especie de muerte emocional. A veces, al ser tan aguda, el recluso se consumía de nostalgia.
Algunos de mis colegas del campo solían referirse a una “regresión” de los internos en el lager, un retroceder hacia formas más primitivas de vida mental que se reflejaban en sus sueños.
Procurarse alimentos era el instinto primitivo dominante alrededor del cual giraba el resto de la vida mental.
La perversión sexual era mínima, incluso en los sueños desaparecía el deseo sexual, lo cual constituye una dura descalificación del psicoanálisis, pues los deseos inhibidos deberían presentarse de forma muy especial en los sueños.
La carencia absoluta de vida sentimental se explica por el esfuerzo por concentrarse exclusivamente en “salvar el pellejo”, es otra característica que define a la psicología del prisionero. Lo comprobé por mí mismo en el traslado de Auschwitz a Dachau.
El campo era un continuo hervidero de conversaciones y discusiones políticas. Los rumores sobre la situación militar casi siempre resultaban contradictorios. Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas brotaban de lo más íntimo y sincero que cabe imaginar.
Se desató una epidemia de tifus durante el invierno y la primavera de 1945, la cual afectó a la mayoría de los reclusos. Apenas teníamos medicamentos ni personal sanitario. Uno de los síntomas era una irreprimible aversión por la comida. Con ello venían ataques de delirio. Para no sucumbir intentamos permanecer despiertos la mayor parte de la noche, en principio lo logré y allí decidí reconstruir el manuscrito que había perdido en la cámara de desinfección de Auschwitz.
A pesar del primitivismo físico y mental impuestos a la fuerza, en el campo de concentración, aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. También chispeaba un cierto sentido del humor, un humor apagado que sólo duraba unos escasos minutos. El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia.
La llegada a Dachau nos puso de buen humor al saber que no había cámaras de gas, hornos ni crematorios.
Los escasos placeres de la vida del campo producían una especie de felicidad negativa “la liberación del sufrimiento”. Los verdaderos placeres positivos escaseaban, hasta los más pequeños. Qué alivio suponía el pasar dos o más días en la enfermería.
El jefe médico me sugirió que me presentase como voluntario para desempeñar tareas médicas en un campo de pacientes de tifus. Me pareció más sensato intentar ayudar a mis compañeros como médico que vegetar o perder la vida en un trabajo improductivo e inútil.
Añoraba intimidad y soledad. La existencia en el campo descendía a un nivel animal. La lista de prisioneros era lo único importante, estar vivo o muerto carecía de importancia porque la vida de un número resulta completamente irrelevante.
Tan sólo con expresar mi inquebrantable resolución de permanecer junto a mis enfermos, gané en íntima paz, una paz que jamás había experimentado antes.
La libertad interior.- ¿Carece el hombre de la capacidad de decisión interior cuando las circunstancias externas anulan o limitan la libertad de elegir su comportamiento externo? Las experiencias demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección. Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa, la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino, para decidir su propio camino. Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido. La libertad interior puede elevar al hombre muy por encima de su destino adverso. Las circunstancias excepcionalmente difíciles son las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo, en multitud de ocasiones.
El tiempo ontológico.- Yo afirmaba que en el lager un día duraba más que una semana, porque se distorsionaba la percepción del tiempo en esas condiciones extremas.
Spinoza: “El sentimiento que se convierte en sufrimiento, deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa del mismo”.
Nietzsche: “El que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
Lo que en realidad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida, en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros. Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante en particular. Jamás se podrá responder a las preguntas sobre el sentido de la vida con afirmaciones absolutas. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino.
La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos, que en términos generales merecen ser condenados. Como conclusión, hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los hombres indecentes.
¿Quién es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración.